Cada mes, la asociación de escritores e ilustradores a la que pertenezco (SCBWI), organiza un encuentro.
Este mes, nos reunimos “en corro”, como solemos llamar a estos encuentros con Mónica Rodríguez y Gonzalo Moure para hablar de la emoción y la escritura.
Aquí os dejo mi crónica de esa tarde.
El pasado 4 de abril, nos reunimos en corro con dos magníficos escritores: Gonzalo Moure y Mónica Rodríguez. Pocos días después, Mónica recibió el premio Gran Angular, pero ese día no lo sabíamos. Aun así, celebramos que estábamos allí juntos con galletas y bombones.
Para Mónica, Gonzalo siempre fue su referente y mentor. Nos relató cómo le insistía que no olvidase la emoción y que escribiese desde su propia voz.
Gonzalo nos habló de la literatura como origen de todo. El ser humano se ha hecho a sí mismo a través de la literatura. Y se ha hecho mejor, más completo, humano y cercano a la emoción. Los humanos somos los únicos seres capaces de contar lo que pasa.
Sin embargo, cualquier acto de escritura es en esencia un fracaso, porque la emoción que te impulsa a escribir, es siempre mejor que lo que escribes.
Pero hay obras que lo consiguen. Entonces recordamos aquellos relatos que son o han sido capaces de llevarnos a las lágrimas.
Gonzalo nos contó cómo su madre, durante el día, escribía cuentos que luego le leía por la noche. Él recuerda que eran emocionantes. Pronto comenzó a fingir que era capaz de leer y escribir, mucho antes de saber hacerlo. Gonzalo cree que la lectura y la escritura son una forma de rebelión.
También hablamos de la literatura sobre niños, y no para niños. Discutimos si la literatura que incluye todo lo que les gusta a los niños es literatura, o es un fracaso, si es interesante o si no aporta nada.
No hay nada más fascinante para un niño que asomarse al mundo de los adultos. El niño ya no busca el entretenimiento, busca la emoción, porque solo recordamos lo que nos emociona. Por eso, Gonzalo busca libros que te remuevan, que te agiten, que te saquen de la zona de confort.
También hablamos de la censura, y de la autocensura de algunos autores y cuentacuentos ante la presión de padres, maestros y editores.
Terminamos con una frase de Gonzalo: “Escribir, cura”, y no nos fuimos corriendo a escribir, aunque no nos faltaban ganas, porque teníamos cita con otro compañero, Pedro Mañas, que recibía el premio Anaya. Pero eso os lo contaremos en otra crónica.